martes, 21 de octubre de 2008

Nadie a quien escribir

Si tuviera a alguien a quien amar no hubiera llegado a esto. De ninguna manera. Si él me amara jamás se me hubiera cruzado por la cabeza suicidarme. Pero ya no me queda nada por hacer. Hoy por hoy sólo hay tristeza en mi vida. Me voy sabiendo que intenté todo lo que estuvo a mi alcance, y aún más.

Desde que él se fue nada tuvo sentido para mí. El dolor de no tenerlo a mi lado se tornó insoportable. Él era todo lo que yo tenía, la única razón para vivir.

Traté de llamarlo, pero nadie atendió mis llamados. Lo busqué desesperadamente y no hubo manera de encontrarlo. Escribí más de 500 cartas a su nombre que nunca supe donde enviar. Empiezo esta carta, la última, como cada una de ellas:

Querido Coronel:
Si usted supiera cuanto lo amo las cosas serían distintas. Pero es demasiado tarde.
Hoy terminaré con mi vida. Prefiero la muerte a no tener a quien escribir.

jueves, 16 de octubre de 2008

La Cenicienta v2.0

Sabe que la noche se termina. También sabe que no habrá otra noche. Es consciente de que el tren pasa sólo una vez en la vida y este, aunque no es el último, es su tren. Mira el reloj y sabe que no queda mucho tiempo, pronto serán las 12 y todo se derrumbará. No es la única que pretende al príncipe, por lo tanto, hay que apurarse.
Seguir Leyendo...


Pasa delante del príncipe por enésima vez en la noche. Sabe que es portadora, al menos hasta las 12, de un arma mortal. También sabe como moverla. Y la mueve. El príncipe la mira y sonríe. Cenicienta sabe que es momento de presentar sus credenciales, y que estas, de ninguna manera, serán una lanza que se clavará en un costado.

Tengo que ser inteligente –piensa cenicienta– no puedo ir hacía él, pero sé como hacer que venga hacia mí. Hábilmente, y sin mostrar las cartas, le hace saber al príncipe que no tiene nada. Y el heredero, muy mal aconsejado por su cuerpo, se lanza tras ella.

Cenicienta mira el reloj y sabe que aún le queda tiempo y hace que su alteza luche un poco más por obtener la presa. Se divierte con él. — Te vi el domingo— dice Cenicienta. —¿Enserio?— pregunta el príncipe. —Claro— responde Cenicienta, —siempre que puedo me hago una escapada para verte. Y si no puedo ir, te miro por la tele— El príncipe se acerca poco a poco a la presa. Lentamente el tiempo comienza a detenerse para Cenicienta.

Cenicienta maneja la situación a su antojo y el infante se hunde cada vez más en el fango. Ella mira nuevamente el reloj y siente que ya es la hora. Tímidamente toma la mano del príncipe y susurra algo a su oído. Luego se pierden en la oscuridad.

Cenicienta deja ver su alma y el príncipe cae rendido en sus encantos.

A ella ya no le importan más ni el tiempo ni el hechizo, porque sabe que después de esta noche el futuro será mucho mejor.

sábado, 11 de octubre de 2008

El amor es ciego

– Tengo que hablar con vos dijo a través del teléfono. Sonaba raro, era como si algo grave estuviera pasando.
– ¿Qué pasa Luis? no me asustes –respondió Bárbara-
– Nada que te pueda decir por teléfono. Yo sé que habíamos quedado en no vernos por unos días, pero es importante que hablemos cuanto antes.
Seguir Leyendo...

– ¿Es algo grave? Preguntó ella.
– Eso lo vas a decir vos cuando nos veamos y te lo cuente.
– Si es lo que me imagino te juro que te mato, dijo Bárbara.
– No te imagines nada, esperá a que te lo diga y después decidí que querés hacer conmigo.
– Dejame que hablé con Julieta y veo si puedo suspender la reunión. Si no tiene problemas nos encontramos hoy mismo en el bar de Callao y Santa Fe.
– Preferiría que fuera en mi casa
– ¿Por qué en tu casa?
– Porque en el bar hay mucha gente y sabés que no me gusta discutir en público.
– Marcos, si es lo que me estoy imaginando te juro que te la corto.
– Basta Bárbara, no te imagines nada, cuando nos veamos te lo voy a contar.
Después te llamo -dijo Bárbara- y corto, Luis se quedó con el auricular en la mano. Bárbara hundió la horquilla con el dedo índice de la mano derecha y volvió a marcar mientras con la izquierda mantenía temblorosamente el tubo.

Florencia levantó el tubo y escuchó la voz de Bárbara.

– Flor, hoy no me puedo juntar. ¿Lo podemos pasar para mañana?
– Que pasó –preguntó Florencia-
– Todavía no sé, pero creo que es algo grave-dijo Bárbara-
– Algo grave, no me asustes Barby.
– Todavía no lo sé, pero creo que Luis me engaña.
– ¿cómo que te engaña? No puede ser, tiene que haber un error Barby –dijo Florencia-
– Ningún error, recién me llamó y me dijo que tiene que hablar conmigo de algo que no me puede decir por teléfono. Es seguro Bárbara, me está cagando.
– No puede ser. ¿De ser así por qué te lo contaría?
– Porque tiene cola de paja, porque siente culpa, porque es una mierda.
– Pará un poco, no te des manija. Esperá a ver que te dice.
– Si, ni bien salgo del trabajo voy para la casa. SI no te llamo antes de las 8 es porque lo maté y me fugué.
– No seas paranoica, y no hagas pavadas
– Ninguna pavada, te juro que lo mato –dijo Bárbara y cortó-
Sacó su celular y escribió un mensaje de texto.

Salgo del trabajo
y voy para alla

un minuto antes de la hora de salida estaba frente la reloj, cuando marcó la hora exacta apoyó la tarjeta y salió. Quería llegar cuanto antes, aunque interiormente no quería llegar nunca. El 92 se hizo esperar y, a diferencia de otras veces, viajó parada.

Luis esperaba ansioso, sabía que no sería fácil, pero tenía la esperanza de que Bárbara lo entendiera. Incluso esperaba que ella lo ayudara a salir adelante.

Bárbara se paro frente al portero y pulsó el 7º A. ¿quién es? –dijo Luis-. Soy yo –respondió Bárbara–.
¿Te olvidaste las llaves? –preguntó Luis-. Si –respondió ella–, aunque las llaves estaban en su cartera, como siempre lo están desde que son pareja.

Luis bajó a abrir y no se dijeron otra palabra más allá del hola obligado.

Los siete pisos en ascensor fueron eternos.

El departamento estaba hecho un desastre, a pesar del esfuerzo que puso Luis en poner un poco de orden. Él estaba bastante desalineado y tenía una barba de más de una semana. Sonaba Hotel de mil estrellas y sobre la mesa había un sándwich de salame a medio comer y una botella de cerveza vacía.

Bárbara se dejo caer en el sillón sin dejar de mirar a Luis. Él se sentó en la silla y dio otro mordisco con la mirada perdida.

– Soy todo oidos –dijo ella-
– No sé como decirtelo –responió él-
– Si tuviste huevos para hacer lo que hiciste, tené huevos para decírmelo.
– Pasó sin darme cuenta Barby. Cuando tomé conciencia ya era muy tarde para volver atrás, pero si vos estás dispuesta a…
– ¿A qué Luis? Decime quien es!
– Soy yo Barby
– Quién es la hija de puta.
– ¿De qué me hablás? –dijo Luis-
– No me hagas enojar más y decimelo ya!
– Estás confundiendo las cosas. Teestáscomiendocualquiera.
– De-ci-me-lo-ya
– Barby, yo soy…
– ¿Sos qué?
– Soy
– ¿qué? Luis ¿qué?
– Soy
– Decilo ya!
– Soy gordo Barby, soy Gordo.
– ¿cómo que sos gordo?
– Si Barby, soy gordo.
– Sos un sorete. Eso es lo que sos. ¿Cuanto hace?
– No sé, que se yo fue pasando de a poco. Yo esperaba que algún día te dieras cuenta sola. Pero vos nunca te das cuenta de nada.
– Sos un sorete Luis –gritó ella-
– Perdoname –dijo él entre lágrimas-
– No te perdono nada.
– Por favor, si vos me ayudás yo puedo…
– Vos no tenés cara. Soy una estúpida, como no me dí cuenta antes
– Perdoname
– Ahora me cierra todo, ahora caigo. Con razón.
– Por favor, no me dejes.
– Ya es tarde Luis, no te quiero volver a ver en mi vida –dijo sollozando Bárbara-

Bárbara salió del departamento dando un portazo. Él pensó en correr tras ella pero supo que sería inútil.

Nunca más volvieron a verse.

Ambos pasaron varios meses de depresión. Luis adelgazó 50 kilos. Bárbara engordó 20.

jueves, 9 de octubre de 2008

Adios Maestro

Esta mañana parecía ser una mañana como todas las demás. Era un jueves más, víspera de un viernes que traía un fin de semana largo detrás. Me sentía bien y hasta me animo a decir que estaba contento. Sin embargo al abrir mi casilla de correo me encontré con la noticia. Falleció Nicolás Casullo. No puede ser pensé. Tiene que haber un error. Pero no, todos los diarios hablaban de su muerte. Todos hablaban de la gran pérdida y cada palabra me revolvía más y más el estómago. La noticia se llevó mi alegría y me dejó una profunda tristeza. Un horrible dolor en el alma y la misma pregunta de siempre, la eterna pregunta sin respuesta ¿por qué?

Lamentablemente no puedo decir que fui su amigo, nuestra relación fue simplemente una relación de maestro-alumno. De un alumno que admiraba enormemente a su maestro y trató de aprender de él todo lo que pudo, aunque no pudo ser todo lo que quiso.

Quedarán de él, en mí, los mejores recuerdos. Las mejores horas de mi vida académica.
Sus ideas vivirán en sus obras y nosotros seguiremos adelante.

Nos quedó pendiente aquel café. Pero no estoy enojado por eso.

Se fue un grande, pero sus ideas seguirán circulando entre nosotros. De eso estoy seguro.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Billarista profesional.. de barrio

Todas las tardes, cuando salíamos del colegio, íbamos rápido a casa, dejábamos la mochila y corríamos al Progreso a jugar al billar. Nada de pool ni de metegol. Nos gustaba jugar al billar. Claro que jugábamos al metegol, que jugábamos al pool y también al Ping Pong. Pero eran sólo juegos. Cosa de chicos. Pavadas para pasar el rato. Nosotros estábamos para otro tipo de cosas. No nos hacía falta pensar en ser astronauta, mucho menos en ser técnico electrónico y hacer una carrera universitaria en Boston. No queríamos trabajar en el M.I.T y poco nos importaba el mundo de la robótica.
Seguir Leyendo...

El único motivo por el cual no veía la hora de ser grande, no eran las mujeres y mucho menos que tuviera grandes planes para el futuro. Cuando sea grande quiero seguir haciendo lo mismo que hago ahora –solía decir en aquella época- pero profesionalmente. Quiero seguir jugando al billar, pero con un Cinzano en la mano y un pucho humeando en el cenicero.

Eso era todo lo que quería del futuro. Y no era nada fácil.

Para ser un jugador profesional del billar había que conjugar varias cosas. En primer lugar tenías que haber fracasado en la vida y no haberte dado cuenta. Ser un fracasado, en aquella época, era tan facil como en esta. Además tenías que estar casado y llevarte muy mal con tu esposa. Tenías que referirte a ella con términos como “la bruja”, “mi jermu”, “la trastornada” o “el aparato que tengo en casa”. Tenías que decir todo el tiempo que “esa” te tenía podrido. De vez en cuando a “esa” le tenías que dejar un ojo morado.

Tenías que llegar del trabajo e ir directamente al club, elegir un taco, mientras te sacabas el bolsito azul que traías cruzado en el pecho. Tenías que abrir el cierre y guardar el Crónica, que traías doblado como un diploma. El diploma de la universida de la caye, tenías que decir a cada rato. Tenías que pedirle un Gancia a Vivas mientras le frotabas la cabeza a un pendejito que jugaba al billar y le preguntabas por cuanto lo tenían.

Para ser un jugador profesional de billar y convertirte en el ídolo de los pibes tenías que tener un 43/70 largo clavado en la boca, justo donde tu bigote estaba rubio. Tenías que tener vocación docente y explicarnos una y otra vez que para que la blanca tocara la roja y saliera hacia la derecha había que darle a la izquierda. Que si querimos que pegara y siguiera había que darle arriba. Que si la intención era dejarla muerta le pegaramos fuerte y abajo.

Tenías que saber todo eso, pero además tenías que hacerlo. Tenías que llegar al club y tener ganas de jugar una horita al billar con los chicos. Tenías que saber valorar el esfuerzo que habían hecho para conseguir los cuatro mil Australes que costaba la hora.

Tenías que tener presencia. Tenías que llevar tres o cuatro botones de la camisa desabrochada y nunca, pero nunca, abrocharte los de las mangas. Tenías que llevar siempre la camisa blanca a rayas dentro del pantalón. No importaba que estuviera prolija, pero siempre iba por dentro. Podías llevar algunas veces pantalón tiro alto de jean, otras veces de jogging. Eso sí, de lunes a viernes usabas mocasines. Siempre sin medias.

Tenías que fumar un 43/70 tras otro y hablar sacando el humo por la nariz. Cada tanto te tenías que agarrar a trompadas y ganar, aunque eso te costara una semana sin poder entrar al buffet.

Te tenías que dejar ver a través de la ventana jugando al Tute cuando los pibes pasaban con sus madres a hacer los mandados. Tenías que estar ahí, firme en el club. Tenías que estar cuando iban a hacer los mandados y tenías que estar cuando volvían. Tenías que estar en el club hasta tarde, muy tarde.

Era necesario que estuvieras ahí los sábados a la noche, cuando los chicos iban con su viejo a buscar la pizza. Tenías que dejarlos probar el Cinzano de tu vaso, tenías que reírte de su cara de asco y decirles que no se preocupen, que ya les iba a gustar. Que las minas y el escabio le gustaban a todos los hombres.

Para ser un profesional tenías que ser todo eso. Y eso era lo que yo quería.

Está claro que en aquella época no nos costaba mucho idolatrar a alguien, pero no por eso vamos a restarle méritos a aquella ¿entrañable? Figura.

Más allá de lo que podamos pensar hoy, que nos paramos de la vereda de enfrente, más allá de los prejuicios, de las mañas y del cambio radical de nuestra manera de pensar. Mirándolo desde este otro lado, del lado en el que quisimos estar para no ser justamente como ellos, muchas veces no puedo dejar de pensar que en el fondo tenían bien ganado su lugar.

Al fin y al cabo ¿alguien puede decir que estos fueron mejores ejemplo que vos?