jueves, 25 de septiembre de 2008

Creer o no creer

Diego y Marina entran a un restaurante de la calle Corrientes. Eligen una mesa, se sientan e intercambian opiniones sobre Luciana Salazar, con la que acaban de cruzar en la puerta del local. Pedro, uno de los mozos, se acerca a la mesa y les ofrece el menú. Él pide lasagna con salsa bolognesa, ella sorrentinos de langostino con fileto. Pedro anota los platos, una gaseosa cola, un agua sin gas y un vino 3/8, de la casa, en la comanda y camina hacia la cocina.
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Diego y Marina siguen conversando mientras esperan su cena. Es temprano, por lo que el restaurante está casi vacío. Hay pocas mesas ocupadas y un pequeño grupo de hombres agolpados frente a un televisor en el que miran Estudiantes 1 – Independiente 0.

Desde la barra, Marcos observa todo detalladamente. Pedro sale de la cocina y cambia algunas palabras con Marcos. Una pareja entra al local y es recibida por Silvina. Una vez ubicados, Marcos se acerca a la mesa intercambia unas pocas palabras de cortesía con los clientes, les alcanza dos menús y vuelve a pararse frente a la barra.

A cientos de kilómetros Juán Lagarcha, dueño del restaurante, descorcha otro champagne. A poco menos de 20 kilometros María, la mujer de Pedro, desata los cordones de las zapatillas de Lucas y lo acuesta. Mirando las zapatillas, que aún tiene en las manos, piensa que debería conseguirse un trabajo.

Volvamos a la mesa 2, en la que Marina le cuenta a Diego que posiblemente un artículo suyo salga publicado en la revista X. A la mesa donde Marina dice que a pesar de no obtener ninguna recompensa económica, que le publiquen ese artículo, es un gran paso para su carrera. Volvamos a la mesa en la cual Pedro deposita un plato de lasagna y otro de sorrentinos de langostino y les desea buen apetito a los comensales, la misma mesa donde Diego le dice a Marina que más allá de ser un gran paso no está de acuerdo con que ella trabaje gratis. Ni vos ni nadie –dice Diego-.

A pocos metros de la mesa en la que Diego termina de decir ni vos ni nadie, el grupo de hombres miran a Leonel Nuñez festejar un gol a 55 kilometros de distancia. Se juega el minuto 47 del primer tiempo.

Pedro camina nuevamente entre las mesas llevando en sus manos la bandeja con la bebida de la mesa 6. Anota un nuevo pedido en la comanda y vuelve a la cocina. En la mesa 2 Marina le pregunta a Diego cómo está la lasagna. Diego le responde que está bien, que nos es la mejor lasagna que comió, pero que está rica. Sin que Diego pregunte, Marina dice que los sorentinos están ricos, pero que le hubiera gustado que tuvieran más camarones.

Pedro pasa delante de la barra y le hace un gesto con la cabeza a Marcos. Marcos le devuelve el gesto mientras hace garabatos sobre un papel. En la Plata comenzó el segundo tiempo y el pequeño grupo de hombres vuelve a prestar atención a lo que ocurre en la pantalla.

Marina hurga con el tenedor en su plato y le hace un comentario a Diego. Diego levanta levemente su cuerpo de la silla y mira dentro del plato de su pareja. Vuelve a sentarse, se limpia los labios con la servilleta y mira hacia la barra. Marcos y Pedro están cerrando la mesa 3. Diego levanta la mano y Pedro le dice que si con la cabeza.

Pedro se acerca a la mesa y pregunta que necesitan. Encontré esto en el plato, dice Marina, señalando un tornillo con el tenedor. Pedro se pone colorado y pide mil disculpas. Pedro dice que no sabe como pudo haber ocurrido. Les ofrece cambiar el plato, pero Marina dice que no, que está bien, que ya casi terminaba. Les ofrece un postre, que él invita, ellos dicen que no, que gracias pero no. Pedro levanta los platos (Diego ya terminó el suyo). Marina pide la cuenta. Pedro se pierde con los platos detrás de la puerta de la cocina.

Desde la barra Marcos observa la mesa de Marina y Diego.

Pedro sale de la cocina y va directamente a la mesa 2 donde vuelve a pedir disculpas y a ofrecer un postre, que es nuevamente negado. Te agradezco dice Diego, traenos la cuenta.

Pedro vuelve a la barra y le dice a Marcos, que ya se dio cuenta de lo que está ocurriendo, aún sin que Pedro le diga nada, que cierre la 2.

- Descontá los sorrentinos.
- ¿Te vas a hacer cargo vos? Pregunta Marcos.
- Lo descontamos de las propinas –responde Pedro-.
- No seas boludo –dice Marcos- ¿no te das cuenta que el tornillo lo pusieron ellos?
- Cómo lo van a poner ellos Marcos, se les habrá caído en la cocina. ¿Viste el quilombo que tienen?.
- Siempre en mismo boludo vos. Lo pusieron ellos para no pagar.
- Dale Marcos descontalo, yo me hago cargo.
- Sos un boludo, dice Marcos.
- No soy un boludo, yo todavía creo en la gente -responde Pedro-

Diego y Marina los miran discutir desde la mesa. No tendríamos que haberle dicho nada, dice Marina, si ya casi había terminado. No seas boluda –responde Diego- como no vas a decir nada. Si te hubieras roto una muela con el tornillo ¿crees que te hubieran pagado el arreglo ellos?

Volvamos a la barra donde Marcos le está apostando a Pedro el valor del plato por dos, es decir $ 59.80, a que la pareja son dos estafadores. Dale responde Pedro, ¿cómo nos damos cuenta?

Es fácil, pagaron con 100 pesos, descontando el plato tenemos que darles 54 pesos de vuelto, vamos a devolverles lo que les corresponde más 22 pesos. Les das el vuelto diciéndoles que les descontaste el plato. Si nos están cagando se van a levantar y se van a ir sin decir nada. Si vos tenés razón te van a llamar y te van a avisar que el vuelto está mal.

Pedro hace exactamente lo que pidió Marcos. Les da el vuelto, vuelve a pedir perdón y se aleja de la mesa. Diego cuenta el vuelto e inmediatamente llama a Pedro.

- Disculpame –dice Diego- con los billetes en la mano- me parece que hay un error.
- ¿Que pasó señor? -responde Pedro-.
- Nos diste mal el vuelto -responde Diego- hay 30 pesos de más.
- Muchas gracias –dice Pedro- hasta la próxima
- Hasta la próxima responden Diego y Marina, mientras se levantan de la mesa.

Pedro levanta los 10 pesos de propina, los junta con los 30 del vuelto, se los muestra a Marcos y sonriendo la guarda en el bolsillo. Ya está un poco más cerca.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Cara a cara

Never had a problem till I stood face to face with me
Shannon Hoon

El sueño de ayer no fue uno más. Hacía demasiado tiempo lo esperaba. Lo esperé pacientemente, como se esperan las cosas que, tarde o temprano, sabemos que van a pasar. Cada noche pensaba que sería esa noche, sobre todo las noches de insomnio, que son muchas. Lo esperé convencido de que sucedería. Y sucedió.
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Deambulaba perdido por las calles de Paris, por esas calles que posiblemente nunca conozca, pero a fuerza de tanto Cortázar y a las fotos que me traen mis amigos cada vez que pisan suelo francés, puedo describir casi sin esfuerzo.

Fue allí, en esas lejanas tierras parisinas, donde tuve, por primera y única vez, al menos por ahora, la oportunidad de verme cara a cara. El que fui y el que soy, el que soy y el que fui, estuvieron cara a cara por única vez.

Me vi caminando por la Rue des Bourdonnais y me seguí.

El que fui entró en una pensión de la Rue Saint-Honoré, el que soy quedó esperando. Prendí un Gauloises , mientras me devanaba los sesos tratando de saber que hacía el que fui en Paris. Si la memoria no me falla el que fui tiene que tener entre diecinueve y veinte años (tiene el pelo muy corto, como se lo cortó cuando Roa le atajó el penal a David Batty), es decir que estoy en 1998. Hace calor, por lo que debe ser verano, junio o julio.

No sé como actuar, tengo miedo de aparecerme a mi mismo. Tengo miedo de mi reacción (de la reacción del que fui). Si bien mi intención es simplemente pedirme, por las buenas o por las malas, que deje de hacer ciertas cosas que van a perjudicarme en el futuro tengo un poco de miedo. Tengo miedo de alterar las cosas y que al volver a mi vida todo sea mucho peor. Mi temor no es por el que fui, mucho menos por el que soy, tengo miedo por el que seré.

Trato de pensar como en aquel momento, pero no puedo. Sigo pensando como el que soy, y sé que eso no me conviene. El entorno me hace dudar. Si el encuentro fuera en Lanús no lo dudaría. Iría directamente hacía mi y, sin decir una sola palabra, me pegaría como nunca le pegué a nadie, me amenazaría de muerte y después, sólo después de verme bien asustado, le hubiera dado las razones al que fui. Pero el encuentro es en Paris y eso cambia el panorama.

¿Qué hace en Paris? ¿Qué hago en Paris?

Diez minutos después me veo salir. Los dos prendemos un cigarrillo. Lo hacemos sincronizadamente. Parecemos uno. Somos uno.

Sin pensarlo demasiado me encaro. Hola –me digo-. Hola –me respondo- ¿Qué hacés acá? –digo nervioso-. El que fui ni se inmuta, se comporta como si la situación fuera lo más normal del mundo. Gané la beca –responde- pero aproveché y me vine un mes antes para ver el Mundial. No sabía si decirle que lo envidiaba, porque él, en el fondo, era yo, y es imposible envidiarse a uno mismo. Igualmente se lo dije. Sabía que ibas a decir eso –responde- palmeándome la espalda.

- ¿Vos que hacés acá?
- La verdad, te vine a cagar a trompadas –digo sonrojándome- pero me parece que me equivoqué.
- ¿Por qué me querés cagar a trompadas?
- Porque sos un boludo y por culpa de un montón de actitudes tuyas yo estoy como estoy
- ¿De que actitudes me hablás? Me acaban de dar una beca. Voy a vivir un año en Paris, la pongo todos los fines de semana, estoy flaco y con el mejor estado atlético que tuve en mi vida, aunque por lo que veo me va a pegar mal el paso del tiempo, pero hoy por hoy estoy mejor que nunca.
- Eso no te lo puedo negar –respondí- seguro que cuando me despierte la realidad va a ser otra. Las cosas no van a ser como antes de acostarme.
- Claro que va a ser distinto, de eso no tengas dudas.
- ¿Vamos a la cancha? –dijo cambiando rápidamente de tema- en unas horas jugamos contra Holanda.
- Vamos –dije- ¿querés saber como sale?
- Ni se te ocurra –respondió.

Durante el viaje a Marsella no cruzamos palabra. Él no quería saber nada del futuro y yo no tenía intenciones de modificar, en ningún aspecto, lo que parecía ser una mejor opción al despertar.

Miramos el partido, gritamos, nos abrazamos, puteamos y fuimos muy felices. Cuando un minuto antes de los noventa Frank De Boer mandó la pelota a volar y supe que su destino eran los pies de Bergkamp, el mal cierre de Ayala y después la red sentí que era momento de marcharme.

Cuando desperté estaba viviendo la vida que tenía antes de acostarme. La misma cama, el mismo departamento, la misma mujer a mi lado.
Durante el primer minuto maldije por no haber hecho lo que tenía pensado hacer en un principio, cagarme bien a palos. Después comencé a reir. Reí por dos razones. La primera es que soy feliz. La segunda es que puedo vengarme de ese hijo de puta cuando quiera. Sé exactamente que es lo que más le duele, aunque pensándolo bien no creo que sea conveniente.

Después de todo no es la primera vez que me traiciono a mi mismo. Y puedo asegurar que tampoco será la última.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Doble discurso

Durante toda mi vida fui formándome en el arte del doble discurso. Pero no en el doble discurso que practica la mayoría de los mortales, sino en un doble discurso exclusivo, cuidado y, sobre todo, privado. Siempre mostré un solo discurso, nunca dejé que nadie pudiera siquiera acercarse a los oscuros pensamientos que cruzaban por mi mente a cada momento. Siempre supe que era jugar con fuego, que llegaría el momento en el cual no podría separar mi discurso externo del interno. Nunca pensé eso ocurriría el día de coloquio final, de la materia que me haría Licenciado.
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Estoy nervioso, me sudan las manos y los nombres de los autores se mezclan en mi cabeza. Por más que quiera tranquilizarme la situación se vuelve cada vez más insoportable. Estoy en un pasillo de la Universidad, sentado en una mesa con cuatro compañeras. Una de ellas acaba de salir del aula. Las otras tres forman parte de mi grupo y esperan el turno tan ansiosas como yo. Dos de ellas también se reciben con esta materia. La otra todavía tiene un largo camino por recorrer, sin embargo es la más ansiosa.

Esta es la tarde más importante de mi vida. Al menos de mi vida académica. También lo es para Juliana y para Paula. Para mí es importante por dos motivos. Esta tarde no sólo me recibo de Licenciado, sino que obtendré mi doctorado en doble discurso.

Repaso de memoria las teorías, mientras hablo con mis compañeras para tratar de quitarles presión, Escuela de Frankfurt, Escuela de Palo Alto, Desarrollismo, Mass Communication Reserch, Teorías Alternativas.

Repaso la lección y a su vez ejercito mi doble discurso.

No se hagan problema, si nos llega a preguntar por la escuela de Palo Alto déjenme hablar a mí primero, de las otras teorías no se tanto pero Palo Alto es la Escuela que mejor estudié, arranco yo.

¿Vos te ponés esas tangas y dejás que te asomen del pantalón porque sos fiestera? o porque te parecen cómodas. ¿No te das cuenta que la mitad de la cursada está mirándote el orto? o lo hacés a propósito.

El autor más importante es Watzlawick – dame un mate – no, no creo que tome nada de Benjamín.

Algo escondés. Hay algo detrás de esa cara de mosquita muerta. Sé que un día vas a explotar.

Cómo mucho contexto histórico, nada más

Lamento no estar ahí para verlo

Tengo todo bajo control, está todo estudiado. Palabra por palabra. Coherencia para ustedes. Coherencia para mí.

El grupo anterior sale del aula, en cinco minutos entramos nosotros.

Y chicos, ¿qué onda? – Pregunta Juliana

Una pavada -responde Rocío-, no nos preguntó nada, nos dijo que le habláramos sobre lo que más nos gusto de la materia.

¿En serio les pregunto sólo eso?

Si no hubiera tomado ese tren

Yo le hablé un poco de Frankfurt y un poco de Teorías de Comunicación alternativa y me aprobó.

¿Y del primer cuatrimestre no les preguntó nada? ¿Del trabajo práctico les dijo algo? No les dije que era al pedo estudiar para hoy.

¿Nunca te preguntaste que hubiera pasado si volvías? ¿Si no lo hubieras pensado tanto? Sé que vos preferís olvidar, pero yo todavía me acuerdo


En ese momento el profesor abre la puerta y nos invita a pasar al aula.

Entramos y nos sentamos en semicírculo rodeando el escritorio. Juliana y Rosana, a mi Izquierda. Paula a la derecha.

Bueno chicos, sé que tres de ustedes se reciben con esta materia. Así que no se las voy a hacer difícil. Diganme que les pareció la materia.

Esta es la mía pensé. Más fácil no la puedo tener.

Para mí la materia fue muy interesante, sobre todo el primer cuatrimestre –Comencé diciendo- Aunque las teorías alternativas resultaron bastante entretenidas, sobre todo los dos textos de Pascuali.

-Con línea de cuatro juegan los cagones. En el fútbol de hoy en día hay que jugar con línea de tres, porque te pasan por arriba.

¿Que es lo más interesante de la Escuela de Palo Alto?

Que todo comunica, es imposible no comunicar.

Que no entiendo porque desaparecieron los wines.

Los veinte minutos siguientes transcurrieron sin mayores contratiempos. Preguntas estúpidas con respuestas igualmente inteligentes. Un discurso interno que, si bien no fue de los mejores, no me decepcionó. Una vez concluido el interrogatorio, el profesor pidió las libretas y fue cerrando las notas de cada uno de los integrantes del grupo por orden alfabético. Como yo era el último en la lista quedé a solas con el profesor. Me dio la nota, me dio la mano, me dijo lo felicito colega. Nos deseamos suerte. Cuando me estaba retirando lo escucho decir.

Sos un payaso. Si supuestamente sabés tanto de fútbol en vez de aburrir con tu pobre monólogo sobre estrategia. ¿Por qué no lo llevás a la práctica? ¿cómo podés ser tan boludo de no poner a Sand en el Gran DT?

¿Cómo dijo? –pregunto-

No dije nada –responde poniéndose colorado-

lunes, 8 de septiembre de 2008

El pata de lana

Estoy sentado en una silla en la cocina de mi casa. Tengo siete años y mi mamá está arrodillada a mis pies, moviendo sus manos lentamente. Por la ventana veo a los chicos jugar al fútbol en el campito. Llegaron hace no más de diez minutos. Estoy ansioso, quiero salir a jugar ya. Apurate mamá -digo con la voz entrecortada por el llanto-. -Apurate!-. -Ya falta poco- responde. Mi vieja tiene la misma cara que en las fotos de aquella época. Tiene veintiocho años otra vez. Pero no es tan linda como en las fotos. Tiene la cara pixelada. Mi hermana llora en la cuna. Yo le pido que se apure, mi hermana llora cada vez más fuerte y del horno comienza a salir olor a quemado. Dale Ma! -vuelvo a apurar-. Bajo la vista, me falta la pierna izquierda de la rodilla para abajo. -Apurate che- insisto. Las lágrimas comienzan a surcar su rostro.
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Quince minutos después termina de tejerme. Ya estoy listo para salir a divertirme. Antes de dejarme salir a jugar me pone tres o cuatro plomadas de 120grs, con forma lágrima, que hice la tarde anterior con una matriz que me regaló mi papá. Se pone un dedo en la boca y después me lo pasa por la cara para sacarme las lagañas. Tengo que evitar el contacto con el agua porque me cae pesada, me vuelvo lento y tardo mucho en recomponerme de sus efectos.

Tené cuidado por favor –dice desde la puerta, guardando las agujas en el bolsillo del delantal- no te vayas a enganchar. La miro, como miran los chicos a las madres. La miro poniendo cara de que todo va a estar bien. Cruzo la calle sin mirar, sin ver el Falcon azul que viene justo hacia mí. Lo veo recién cuando toca bocina. Está a menos de dos metros, un metro, nada. El chillido de las gomas.

- Pendejo mirá la calle cuando cruzas.
- No paso nada jefe.
- No pasó nada, no pasó nada. Sólo que casi te mato.
- Perdone –respondo- mientras corro hacia la canchita.
- Pendejo mal educado, escucho de fondo.

Como están jugando un loco, ni bien llego, Edgardo, que es justamente el loco en ese momento, corre sin decir nada y pasa a formar parte del círculo que ahora me tiene a mí como centro. Entonces corro yo, dentro del círculo, detrás de la Jalisco. Es una pelota profesional. La compramos con la plata que juntamos de la rifa y nos toca tenerla en casa un día a cada uno. Carlitos la tiene dos, porque vendió más de veinte números él solo. Es la misma que usaron en México hace pocos meses (sólo que acá se la conoció como Jalisco y no como Azteca, su nombre original). Cada vez que la pateamos somos el Diego. Todos somos el Diego por esas décimas de segundo que dura el contacto con la piel, o con la lana.

Yo a veces soy un poco infiel y pienso que soy el Chino Tapia.

Justo cuando logro salir del medio, cuando dejo de ser el loco y empiezo a disfrutar del juego, Martín ve que a lo lejos viene Lignacio en bicicleta. Viene a todo lo que da. Y viene directo hacía nosotros. Siempre que lo vemos venir salimos corriendo. Pero esta vez hay que correr más rápido, porque sabemos que esta vez no nos quiere a nosotros. Quiere la Jalisco. Todos corremos en direcciones distintas. Yo voy con la pelota, la llevo abrazada, pegada al pecho. No son más de 30 metros los que me separan de mi casa. Pero soy muy lento. Y él viene muy rápido. Vuelvo a cruzar la calle sin mirar. ¿Qué puede ser peor que perder la Jalisco?

Engancharse con el alambre. Eso puede ser peor.

Fue a la altura de la cintura, cuando doblaba la esquina. Cada metro que corro soy un poco más hilo, un poco menos persona. Al llegar a la puerta de casa lo tengo pisándome los talones, por decir algo. Soy mis brazos, mi cabeza y la Jalisco. Lo miro acercarse a la pelota desde el suelo. Desde las alturas me mira con su cara de sátiro, con su bigote de moco al estilo Hitler. Mira la Jalisco y se abalanza sobre ella. Cuando sus manos están sobre el tesoro mamá abre la puerta. No puedo recordar que fue lo que le grito. Pero Lignacio se esfumó al instante.

Entonces aparecen nuevamente los chicos. Mi vieja les da la pelota y les pide que la ayuden a juntarme.

No me ovillaron. Me juntaron haciendo una gran galleta y me pusieron en los brazos de mamá. Ella me llevó adentro, me puso en la mesa, frente a la ventana, para que pudiera ver a los chicos jugar y dijo:

- Te lo pedí por favor. ¿A vos te parece que tengo pocas cosas que hacer?