Todas las tardes, cuando salíamos del colegio, íbamos rápido a casa, dejábamos la mochila y corríamos al Progreso a jugar al billar. Nada de pool ni de metegol. Nos gustaba jugar al billar. Claro que jugábamos al metegol, que jugábamos al pool y también al Ping Pong. Pero eran sólo juegos. Cosa de chicos. Pavadas para pasar el rato. Nosotros estábamos para otro tipo de cosas. No nos hacía falta pensar en ser astronauta, mucho menos en ser técnico electrónico y hacer una carrera universitaria en Boston. No queríamos trabajar en el M.I.T y poco nos importaba el mundo de la robótica.
Seguir Leyendo... El único motivo por el cual no veía la hora de ser grande, no eran las mujeres y mucho menos que tuviera grandes planes para el futuro. Cuando sea grande quiero seguir haciendo lo mismo que hago ahora –solía decir en aquella época- pero profesionalmente. Quiero seguir jugando al billar, pero con un Cinzano en la mano y un pucho humeando en el cenicero.
Eso era todo lo que quería del futuro. Y no era nada fácil.
Para ser un jugador profesional del billar había que conjugar varias cosas. En primer lugar tenías que haber fracasado en la vida y no haberte dado cuenta. Ser un fracasado, en aquella época, era tan facil como en esta. Además tenías que estar casado y llevarte muy mal con tu esposa. Tenías que referirte a ella con términos como “la bruja”, “mi jermu”, “la trastornada” o “el aparato que tengo en casa”. Tenías que decir todo el tiempo que “esa” te tenía podrido. De vez en cuando a “esa” le tenías que dejar un ojo morado.
Tenías que llegar del trabajo e ir directamente al club, elegir un taco, mientras te sacabas el bolsito azul que traías cruzado en el pecho. Tenías que abrir el cierre y guardar el Crónica, que traías doblado como un diploma. El diploma de la universida de la caye, tenías que decir a cada rato. Tenías que pedirle un Gancia a Vivas mientras le frotabas la cabeza a un pendejito que jugaba al billar y le preguntabas por cuanto lo tenían.
Para ser un jugador profesional de billar y convertirte en el ídolo de los pibes tenías que tener un 43/70 largo clavado en la boca, justo donde tu bigote estaba rubio. Tenías que tener vocación docente y explicarnos una y otra vez que para que la blanca tocara la roja y saliera hacia la derecha había que darle a la izquierda. Que si querimos que pegara y siguiera había que darle arriba. Que si la intención era dejarla muerta le pegaramos fuerte y abajo.
Tenías que saber todo eso, pero además tenías que hacerlo. Tenías que llegar al club y tener ganas de jugar una horita al billar con los chicos. Tenías que saber valorar el esfuerzo que habían hecho para conseguir los cuatro mil Australes que costaba la hora.
Tenías que tener presencia. Tenías que llevar tres o cuatro botones de la camisa desabrochada y nunca, pero nunca, abrocharte los de las mangas. Tenías que llevar siempre la camisa blanca a rayas dentro del pantalón. No importaba que estuviera prolija, pero siempre iba por dentro. Podías llevar algunas veces pantalón tiro alto de jean, otras veces de jogging. Eso sí, de lunes a viernes usabas mocasines. Siempre sin medias.
Tenías que fumar un 43/70 tras otro y hablar sacando el humo por la nariz. Cada tanto te tenías que agarrar a trompadas y ganar, aunque eso te costara una semana sin poder entrar al buffet.
Te tenías que dejar ver a través de la ventana jugando al Tute cuando los pibes pasaban con sus madres a hacer los mandados. Tenías que estar ahí, firme en el club. Tenías que estar cuando iban a hacer los mandados y tenías que estar cuando volvían. Tenías que estar en el club hasta tarde, muy tarde.
Era necesario que estuvieras ahí los sábados a la noche, cuando los chicos iban con su viejo a buscar la pizza. Tenías que dejarlos probar el Cinzano de tu vaso, tenías que reírte de su cara de asco y decirles que no se preocupen, que ya les iba a gustar. Que las minas y el escabio le gustaban a todos los hombres.
Para ser un profesional tenías que ser todo eso. Y eso era lo que yo quería.
Está claro que en aquella época no nos costaba mucho idolatrar a alguien, pero no por eso vamos a restarle méritos a aquella ¿entrañable? Figura.
Más allá de lo que podamos pensar hoy, que nos paramos de la vereda de enfrente, más allá de los prejuicios, de las mañas y del cambio radical de nuestra manera de pensar. Mirándolo desde este otro lado, del lado en el que quisimos estar para no ser justamente como ellos, muchas veces no puedo dejar de pensar que en el fondo tenían bien ganado su lugar.
Al fin y al cabo ¿alguien puede decir que estos fueron mejores ejemplo que vos?
cerca de mi casa habia un bar con esas caracteristicas...
ResponderEliminartu relato me llevo de un suspiro a mi no tan lejana infancia, cuando me quise dar cuenta tenia una sonrisa enorme en la cara con aliento a recuerdo...
hoy seguimos yendo a comprar bebidas a ese lugar con olor tan particular, no hay fin de semana que no arranque con una pasada por ahi...
me voy riendo
besosss
Jaja.. en el club hay un par de viejos como ese!
ResponderEliminarAdemás de todo eso tenías que saber pegarle con el taco a la bola?
ResponderEliminarMe encantó el post, saludos.
Intentaré volver.
Masmedula: que bueno que te haya gustado, y mucho mejor que tengas un bar como ese cerca. Yo hay veces que lo extraño.
ResponderEliminarJoaquin: un poco más de respeto, que esos viejos podrían ser tu padre.
Principito: era importante saber pegarle. Pero más importante era lo que describí.
Gracias por pasar, las puertas están abiertas siempre.
Es asi como lo describis.... en mi barrio habia mas de un lugar como ese, ej "Club Estrella", "Club Bouchard"...
ResponderEliminarIgual si en algun momento te vuelven las ganas de esos sueños y queres convertirlos en realidad, aca tenes un amigo con quien contar...
mientras voy poniendole tiza al taco.
Saludos
H