sábado, 1 de noviembre de 2008

Crash

For you, for me, come crash
Dave Matthews


Esto lo tengo que contar en una canción —pensé— recostado sobre la camilla. Habíamos llegado pocos minutos antes. Una docena de personas esperaban su turno en la guardia. Pero ninguno estaba tan grave como nosotros, al menos eso pensaron cuando entramos al hospital. Lo que les hizo creer que podían seguir esperando eran sus gritos y el estado de mi cara.
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Como ocurrió exactamente no lo sabemos, ni Fer, ni yo. Supongo que el Otro podría decir un poco más al respecto, pero esa fue la primera y última vez que lo vimos.

Después de limpiarme la cara y quitarme los restos de vidrios me taparon con una sábana que sólo dejaba al descubierto mi ojo izquierdo. —Por favor no te duermas— dijo la doctora. —Voy a hacer lo posible— respondí. —Lo posible no alcanza, no tenés que dormirte— exclamó. Le hice caso.
La cara me latía y el ardor era insoportable, pero lo que más me preocupaba era la discusión que mantenían los matasanos:

— ¿Quién se anima a cocerlo? Preguntó quien parecía estar a cargo y yo, privado de mi visión, imaginé un cuarentón elegante.

Nadie respondió.

— Alguien tiene que coserlo — repitió.

El nunca más insoportable “silencio de hospital” permaneció en la sala hasta que una residente dijo:

— Yo me animo.

Tengo que reconocer que hizo un buen trabajo, creo que no fueron más de tres o cuatro puntos que casi no se notan disimulados por la ceja.

— La sacaste barata. Un poquito más abajo y podías haber perdido el ojo.
— Dejame lindo que trabajo con la cara — respondí.
— Quedate tranquilo, que ya no soy virgen pero hago milagros — dijo sonriendo.
— Espero no empezar a creer por temor a los espejos.
— No seas maricón. No es nada.

Tenía razón, ni siquiera hizo falta que volviera dos semanas más tarde para ver si era necesario una cirugía plástica ni mucho menos. Después de coserme me vendaron la cara y dijeron que podía irme. Cuando salí del consultorio Fer estaba sentado en una silla. Tenía un parche en el pómulo izquierdo y una venda en el tobillo del mismo lado. Lo primero que hizo cuando me vio fue soltar una carcajada y decir: — ¡Parecés la momia!
Lo ayudé a levantarse y nos reímos juntos cuando trató de caminar. Me parece que a la momia me parezco más yo — dijo con una expresión que mezclaba alegría y dolor —.

Al salir del hospital el sol estaba bastante alto, calculé que habrían pasado no menos de dos horas desde que le había preguntado como tenía la cara y Fer, con lágrimas en los ojos, respondió —hecha mierda—

El Ford Fiesta estaba sobre el boulevard de la avenida Dardo Rocha. Mirándolo desde atrás estaba impecable, como todo auto que no tiene más de dos meses de viejo. Visto de frente tenía dos detalles, el más importante era un palo de luz que partía el frente en dos mitades casi idénticas. El menos importante, viéndolo desde la óptica de quien pagara el arreglo, una réplica exacta de mi cabeza en el parabrisas.

No recuerdo como bajamos del auto, tampoco los minutos que precedieron el impacto, así que pasemos al momento en el que estoy sentado en el cordón con la cabeza colgando entre las piernas para evitar que la sangre, más de la que ya lo hizo, caiga sobre mi cuerpo. Los conductores disminuyen la velocidad de sus automóviles para observar en detalle lo sucedido, pero ninguno detiene su marcha: las mujeres se llevan las manos a la cara y ponen cara de pensar: pobre gente. Los hombres sólo miran.

Fernando se agacha delante de mí y pregunta si estoy bien. Respondo que si con la cabeza.
Yo no tengo nada dice —éste corte en la cara y me duele el tobillo. Pero vos tenés la cara hecha mierda. El otro se acerca y dice que viene la policía. Pregunta si tenemos un chicle para ocultar el olor a whisky. Cuando lo estaba por mandar a la conchadesumadre una camioneta se detiene frente a nosotros. ¿Están todos bien?— pregunta el conductor. Sin esperar una respuesta nos dice que subamos, que nos lleva al hospital. Fer subió atrás y yo me senté a su lado.

La camioneta es una 4x4, todo reluce en su interior y huele a nuevo. Yo hago todo lo posible por que mi sangre no caiga en el tapizado, pero no alcanza. —No te hagas problema por eso— dice. Era mayor que nosotros, una o dos generaciones. Era rubio y tenía el pelo por los hombros. Vestía jeans, camisa y zapatos náuticos. Estaba bronceado. Muy bronceado.

En el camino, luego de atravesar el boulevard y retomar Dardo Rocha en dirección contraria, nos contó que él también había tenido un accidente años atrás, pero para su desgracia había sido un poco peor que el nuestro y su estadía en el hospital fue de seis meses. Nadie se había detenido, ni interesado por él hasta que llegó la ambulancia.

Entró con nosotros al hospital. Todos los consultorios estaban ocupados. Golpeó cada una de las puertas gritando que había una emergencia. Desapareció con la misma velocidad con la que apareció. Más tarde Fer me contó que antes de irse sacó la billetera y quiso dejarle plata para que volviéramos a casa. Fer le dio las gracias y le dijo que no era necesario.

Salimos caminado, cosa que era bastante más simple para mí que para Fer — ¿Donde mierda estamos negro? — pregunté. En Wilde —dijo—.

En el viaje de ida Fer y yo fuimos sentados atrás, adelante iban el Culo y el otro. El Otro era hijo del jefe del Culo, o algo parecido. Era la primera vez que salían juntos. Durante las horas que estuvimos en el boliche casi no nos cruzamos con ellos. El Culo desapareció enseguida, más tarde supimos que a la hora del accidente estaba batallando con una gordita que, según él, era una maquinita. No volví a ver a el Otro hasta que vino a decirnos que se iba y quería saber sci nosssotrows wonviamnos connnn eeeellllll (Chicos yo me voy, ¿ustedes vuelven conmigo?).

No hizo falta que Fer me llamara aparte para decirme que el Otro había estado toda la noche tomando Whisky. Mi respuesta fue tan estúpida como tantas otras cosas que hace un ser humano cuando tiene veintitantos años, tomó de más, y nunca estuvo a punto que quedar desfigurado en un accidente automovilistico: —Si nos tenemos que morir nos vamos a morir igual, vayamos o no con él— La respuesta de Fer, que había tomado un vaso más que yo estuvo al mismo nivel: —tenés razón, volvamos con este porque en bondi no llegamos más—

En el viaje de vuelta nos ubicamos como habíamos ido. El Otro puso un disco de Sabina. Cantábamos Y nos dieron las diez cuando el otro dijo: uno de los dos pásese adelante, parezco un remisero. Creo que no hubo 15 cuadras de distancia entre que cambié de asiento y el palo de luz. Me senté de costado para seguir hablando con Fer. Cuando el negro se durmió cambié unas palabras con el Otro y cerré los ojos.

Por lo que deducimos el Otro también.

Al salir del hospital ya era de día, no hicimos más de 50 metros y nos sentamos en la vereda. —Tenés un pucho preguntó Fer — Respondí que no. —Ni puchos ni plata para comprar— dije mirando el Kiosko. Fer sacó varias monedas del bolsillo, las contó y puteó porque faltaban 20 centavos para uno de diez. En mi bolsillo había 40. Se los dí. Volvió con un pucho en la boca, me dio el atado y volvió a sentarse. —Esto lo tenemos que contar en una canción— dijo. — ¿Cómo vamos a volver? — Pregunté mientras encendía el cigarrillo. —No sé— respondió, pero creo que ya tengo el estribillo.

11 comentarios:

  1. Aclaraciones:

    Culo: apodo de Gastón
    Negro = Fernando
    El Otro: Cuarto ocupante del auto en el viaje de ida; tercer ocupante en la vuelta. En ambos casos conductor del vehículo.

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  2. Impecable relato amigo, me encantó.
    Me parece haber vuelto unos tantos años atrás y estar llendo a visitarlos a sus casas después el hecho..
    Besos

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  3. Guauuuuuuu!!!!!!!! cuantas historias..... por Dios!!!!
    Lo bueno es siempre poder contarlo... o cantarlo, como más te guste.

    El Tincho

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  4. Muy bueno!!!pensar que lo más lamentable en ese momento era no tener puchos y no poder salir al otro día...

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  5. che... me gustó mucho.

    hace mucho que no pasaba por acá!

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  6. Matías: gracias, pasé por tu blog... cuando actualizás?
    Pigretti: cómo me aburría en tus clases!
    Anónimo: si sos Fer esperaba alguna crítica. Algo asó como: ¿por que no contás lo que le dijiste a la enfermera?
    Paula: gracias por volver, siempre sos bienvenida
    Joaquín: gracias!

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  7. woaaaa! cai a este blog (creo) que por Noches de Insomnio ... relatazo.

    no se que decir... hay gente que cree que las historias de la vida de uno no le interesan al resto... pero este tipo de relatos, que están tan llenos de realidad y de cosas fuertes... MINGA no interesan... que me vengan a decir que esto no te cambia la forma de ver y vivir...

    Grosso total pibe... no todos tienen una segunda chance. Espero la estes viviendo a full.

    Que te sea leve, te voy a agregar a favoritos ya mismo... me vas a ver pasar de vez en cuando.

    Te invito al mio, pasate cuando gustes.

    saludos!

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  8. Flori: ;)
    Anette: somos dos, aunque a mí sólo su música.
    Juan: muchas gracias. Estoy tratando de aprovecharlo al máximo, lamentablemente uno muchas veces se olvida que está teniendo una segunda oportunidad. Pasá cuando gustes, la puerta está siempre abierta, en la heladera hay fiembre y una cerveza. Sentite como en tu casa.

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