viernes, 19 de septiembre de 2008

Cara a cara

Never had a problem till I stood face to face with me
Shannon Hoon

El sueño de ayer no fue uno más. Hacía demasiado tiempo lo esperaba. Lo esperé pacientemente, como se esperan las cosas que, tarde o temprano, sabemos que van a pasar. Cada noche pensaba que sería esa noche, sobre todo las noches de insomnio, que son muchas. Lo esperé convencido de que sucedería. Y sucedió.
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Deambulaba perdido por las calles de Paris, por esas calles que posiblemente nunca conozca, pero a fuerza de tanto Cortázar y a las fotos que me traen mis amigos cada vez que pisan suelo francés, puedo describir casi sin esfuerzo.

Fue allí, en esas lejanas tierras parisinas, donde tuve, por primera y única vez, al menos por ahora, la oportunidad de verme cara a cara. El que fui y el que soy, el que soy y el que fui, estuvieron cara a cara por única vez.

Me vi caminando por la Rue des Bourdonnais y me seguí.

El que fui entró en una pensión de la Rue Saint-Honoré, el que soy quedó esperando. Prendí un Gauloises , mientras me devanaba los sesos tratando de saber que hacía el que fui en Paris. Si la memoria no me falla el que fui tiene que tener entre diecinueve y veinte años (tiene el pelo muy corto, como se lo cortó cuando Roa le atajó el penal a David Batty), es decir que estoy en 1998. Hace calor, por lo que debe ser verano, junio o julio.

No sé como actuar, tengo miedo de aparecerme a mi mismo. Tengo miedo de mi reacción (de la reacción del que fui). Si bien mi intención es simplemente pedirme, por las buenas o por las malas, que deje de hacer ciertas cosas que van a perjudicarme en el futuro tengo un poco de miedo. Tengo miedo de alterar las cosas y que al volver a mi vida todo sea mucho peor. Mi temor no es por el que fui, mucho menos por el que soy, tengo miedo por el que seré.

Trato de pensar como en aquel momento, pero no puedo. Sigo pensando como el que soy, y sé que eso no me conviene. El entorno me hace dudar. Si el encuentro fuera en Lanús no lo dudaría. Iría directamente hacía mi y, sin decir una sola palabra, me pegaría como nunca le pegué a nadie, me amenazaría de muerte y después, sólo después de verme bien asustado, le hubiera dado las razones al que fui. Pero el encuentro es en Paris y eso cambia el panorama.

¿Qué hace en Paris? ¿Qué hago en Paris?

Diez minutos después me veo salir. Los dos prendemos un cigarrillo. Lo hacemos sincronizadamente. Parecemos uno. Somos uno.

Sin pensarlo demasiado me encaro. Hola –me digo-. Hola –me respondo- ¿Qué hacés acá? –digo nervioso-. El que fui ni se inmuta, se comporta como si la situación fuera lo más normal del mundo. Gané la beca –responde- pero aproveché y me vine un mes antes para ver el Mundial. No sabía si decirle que lo envidiaba, porque él, en el fondo, era yo, y es imposible envidiarse a uno mismo. Igualmente se lo dije. Sabía que ibas a decir eso –responde- palmeándome la espalda.

- ¿Vos que hacés acá?
- La verdad, te vine a cagar a trompadas –digo sonrojándome- pero me parece que me equivoqué.
- ¿Por qué me querés cagar a trompadas?
- Porque sos un boludo y por culpa de un montón de actitudes tuyas yo estoy como estoy
- ¿De que actitudes me hablás? Me acaban de dar una beca. Voy a vivir un año en Paris, la pongo todos los fines de semana, estoy flaco y con el mejor estado atlético que tuve en mi vida, aunque por lo que veo me va a pegar mal el paso del tiempo, pero hoy por hoy estoy mejor que nunca.
- Eso no te lo puedo negar –respondí- seguro que cuando me despierte la realidad va a ser otra. Las cosas no van a ser como antes de acostarme.
- Claro que va a ser distinto, de eso no tengas dudas.
- ¿Vamos a la cancha? –dijo cambiando rápidamente de tema- en unas horas jugamos contra Holanda.
- Vamos –dije- ¿querés saber como sale?
- Ni se te ocurra –respondió.

Durante el viaje a Marsella no cruzamos palabra. Él no quería saber nada del futuro y yo no tenía intenciones de modificar, en ningún aspecto, lo que parecía ser una mejor opción al despertar.

Miramos el partido, gritamos, nos abrazamos, puteamos y fuimos muy felices. Cuando un minuto antes de los noventa Frank De Boer mandó la pelota a volar y supe que su destino eran los pies de Bergkamp, el mal cierre de Ayala y después la red sentí que era momento de marcharme.

Cuando desperté estaba viviendo la vida que tenía antes de acostarme. La misma cama, el mismo departamento, la misma mujer a mi lado.
Durante el primer minuto maldije por no haber hecho lo que tenía pensado hacer en un principio, cagarme bien a palos. Después comencé a reir. Reí por dos razones. La primera es que soy feliz. La segunda es que puedo vengarme de ese hijo de puta cuando quiera. Sé exactamente que es lo que más le duele, aunque pensándolo bien no creo que sea conveniente.

Después de todo no es la primera vez que me traiciono a mi mismo. Y puedo asegurar que tampoco será la última.

3 comentarios:

  1. Bonito relato hablando con tu otro yo.
    En mi blog en muchas ocasiones alguien me llama Jubi es mi reflejo en el espejo (algún día publicaré como surgió) me corrige errores y me avisa de los olvidos que tengo.
    Siento que no puedas venir al Bloggellón, no he conseguido saber desde donde escribes.
    Un saludo

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  2. Hola Soneus,
    Atrapante lo que escribis. Voy a pasar con más tiempo la próxima para leer más tranquila.

    Gracias por la visita al blog.

    Bienvenido siempre!

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